Inactividad, nuestra gran enemiga
Inactividad, nuestra gran enemiga

Inactividad, nuestra gran enemiga

Los beneficios del ejercicio físico son indudables, ayudan a una gran cantidad de patologías incluida la Fibromialgia. Realizar ejercicio a diario es vital y necesario para un correcto funcionamiento del cuerpo y una mejora en los síntomas.

El dolor y la rigidez característicos de esta enfermedad impiden que nos movamos con libertad generando un estado de letargo o inactividad. Las personas con Fibromialgia tienden al sedentarismo dado el grado de dolor que padecen. Al experimentar dolor, evitan el ejercicio por miedo a que éste aumente y al evitar el movimiento, se acentúa la rigidez muscular, lo que genera más dolor.

Este círculo vicioso ha de romperse y el primer paso es tener VOLUNTAD. Debemos ser conscientes de que esta falta de actividad es perjudicial  y acrecienta los síntomas, hay que entender su funcionamiento y solo así podremos hacerle frente.

Una vez que entendamos cómo funcionan los síntomas, debemos poner en marcha una rutina de ejercicios. Los efectos positivos del entrenamiento aparecen siempre que la intensidad del ejercicio sea ajustada a nuestra condición. Somos nuestras principales aliadas, debemos escuchar a nuestro cuerpo y aprender lo que nos pide.

Nunca debemos sobrepasar nuestras capacidades ya que podríamos generar un empeoramiento de los síntomas.

Además, no solo es importante ajustar la intensidad del ejercicio, también lo es practicar todos los días de manera constante. Solo así, obtendremos los beneficios que buscamos. Una rutina mantenida en el tiempo genera grandes beneficios en aspectos de la vida diaria como una menor percepción del dolor o la fatiga a la hora de realizar nuestras actividades cotidianas.

¿Qué ejercicios puedo realizar?

Hay muchos tipos de actividad pero los más recomendados son:

  • Aumentar la capacidad aeróbica. Esto implica mejorar la condición cardiovascular y tenemos muchos ejercicios para realizarlo: Caminar, pasear en bicicleta, nadar, bicicleta estática, etc.
  • Mejorar la flexibilidad. Trabajar la elongación de las articulaciones, tendones y ligamentos será fundamental para una mejora en el dolor. Podemos realizar ejercicios de estiramientos, pilates, yoga o taichí, entre otros.
  • Aumentar la fuerza muscular. Siempre deben ir supervisados por un profesional para corregir posturas o pesos inadecuados.

¿Intensidad? ¿Duración? ¿Frecuencia?

Empezaremos con una actividad de intensidad de leve a moderada, observando cómo responde nuestro cuerpo, aprendiendo de lo que nos dice. Con el paso de las semanas (o meses) podremos aumentar la intensidad según nos adaptemos a las nuevas exigencias. Es la mejor manera de evitar lesiones.

Su duración será variable e iremos aumentando gradualmente. Podemos estar 30 minutos caminando o por ejemplo, fraccionar en actividades más cortas y hacer dos sesiones de 15 minutos.

En cuanto a la frecuencia, es adecuado comenzar realizando la actividad entre 2 y 4 veces por semana. Lo ideal es practicar todos los días pero se subirá la frecuencia con el tiempo.

¿Cómo comenzar?

Lo principal es establecer los días y la hora para programar la actividad. Además, debemos partir de un objetivo concreto, por ejemplo, conseguir caminar 30 minutos seguidos. Podemos partir de 10 minutos e ir incrementando 5 más cada semana. Hay que ser rigurosa en su cumplimiento.

Poco a poco, iremos descubriendo con que ejercicios nos sentimos más cómodas y en cuales podemos aumentar la intensidad, frecuenta y duración.

¡Recuerda! Cualquier incremento de actividad en una vida sedentaria, por mínimo que sea, será beneficioso.

Nora Vecino López, Psicóloga.